El maltrato infantil y sus efectos en el niño y en la sociedad

Hace muchos años, cuando aún no tenía hijos, cayó en mis manos el libro “Por tu propio bien” de Alice Miller. En aquella época no tenía una referencia directa sobre el castigo infantil salvo por lo que veía en las noticias o leía en algún lado y porque mis padres nunca me maltrataron “por mi propio bien”. Sin embargo, me impactó leer sobre las terribles consecuencias que puede haber en la sociedad cuando se relaciona “educar” con maltrato o cuando se intenta dominar la voluntad de los pequeños a través de golpes y humillaciones, con el nefasto resultado de la repetición de ese modelo violento en la crianza de los futuros hijos de esos niños. 

Me consternó leer lo que decía esta Doctora en filosofía, que ejerció como psicoanalista para luego ocuparse exclusivamente de la investigación sobre la infancia, sobre la huella que deja en la sociedad el exterminar el alma de los pequeños a través de agresiones. Me alegró saber que una autora tan importante durante muchas décadas se haya dedicado a investigar sobre las consecuencias nefastas de no amar a los niños.



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Observé que el maltrato no solo es pegar, es descuidar, es manipular, es abusar, es castigar. Y estas conductas se amparan dentro del término “educar”. Y juré que cuando tuviera hijos, los invitaría a un mundo de amor, sin golpes ni humillaciones que dañen su integridad y los hieran de por vida; y que no iba a ser yo responsable de una sociedad con más individuos destructivos y auto destructivos. Y así ha sido.

Según Alice Miller, que ha escrito otros libros como “El drama del niño dotado”, “Raíces de la violencia en la educación del niño”, ”El saber proscrito” y “La llave perdida”, las consecuencias del maltrato infantil va en detrimento de la sociedad que termina llena de personas que hacen daño.
Si, los niños criados con violencia generan un mundo feroz, porque ellos, al no poder defenderse del menoscabo de quien supuestamente los ama, se reprimen y no pueden expresar su cólera ni su dolor.
Al contenerse y negar, al sentirse culpables por ser ellos quienes causan presuntamente ese maltrato, se traumatizan y al hacerse mayores liberan esa rabia escondida y peligrosa que todavía está latente. Y la descargan en sus propios hijos generando una violencia sin fin que a su vez se proyecta durante generaciones.
O también la alivian en actos que cometen contra sí mismos, como el consumo de drogas o alcohol, la prostitución, el suicidio o contra los demás, como crímenes y genocidios.

Y la sociedad no reacciona, pero experimenta a flor de piel los efectos destructivos de la violencia que se gestó de vieja data, porque los actos de violencia, desconectados y reprimidos en el niño maltratado por tan desgarradoras heridas, pero tan presentes en las profundidades de su ser, afloran después. Aquellos sentimientos de dolor, de ira, de angustia, de miedo, fueron ahogados para que sus padres no los maltraten y así los quieran, los acepten. 

Para poder romper esta cadena, la autora propone una confrontación liberadora con lo cruelmente vivido en la infancia, propone dejar que estos sentimientos guardados y no reconocidos afloren. Según Alice Miller, los efectos que el maltrato causa en la sociedad con personas que le hacen daño se pueden contrarrestar por parte de profesionales de la misma sociedad, quienes ayudan a la persona maltratada a entender que el enfermo no era él sino quienes lo rodean. Y también se pueden curar encaminándose por sí mismo a una experiencia liberadora que ayude, que cure.

Es extraordinaria la manera en que la ilustre Doctora observa la transición de un niño que no ha sido tocado por la violencia de su entorno. Este niño es visto como un niño que viene al mundo para desarrollarse, expandirse, querer; para expresar sus necesidades y sus sentimientos. Un niño que debe ser tomado en cuenta, querido y respetado por los adultos, quienes lo ayudan a orientarse.

Es muy importante durante los primeros años de vida principalmente y durante toda la vida cuidar a nuestros niños, amarlos, protegerlos, respetar su integridad física y moral. De esta manera ellos proyectarán ese amor a sus propios hijos y la sociedad tendrá personas que entienden a los demás, que son solidarias, que sienten, que quieren vivir, que aman a los demás y se aman a sí mismos y no tienen la necesidad de dañar o dañarse, que protegen a los otros, sobre todo si son más débiles.



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