El bebé llora mucho y no se que hacer

Llora todo el día, “no hay nada que lo consuele”, y lo hace intensamente durante horas y horas. Tiene muchos nombres, por ejemplo cólicos. Pero encasillar no le explica la sensación que tiene de no poder pensar en otra cosa que en la manera de calmarlo. Lo que fuera que estuviera haciendo, queda relegado a un segundo plano. Le preocupa que llore tanto, puede incluso sufrir mucho por ver al bebé así. Se pone alerta, trayendo de algún lado su capacidad para contener al pequeño que llora incesantemente.


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Analiza la situación, se enfoca en descubrir la causa del llanto. Pero es algo que ocurre a diario sin causa aparente. Posiblemente lo carga, posiblemente mantiene distancia.
Pero por lo general tomará en brazos al pequeño, le ofrecerá calmar su necesidad de succión nutritiva o no nutritiva, hará toda serie de ruidos como agitar su llavero o tomar algún juguete sonoro, balbuceará algunas palabras en tono infantil, lo mecerá, lo paseará, lo acunará, le silbará, lo cambiará de pañal o de lugar, con tal de consolarlo para que deje de llorar.

No sabe qué más hacer. Por lo menos por ahora. Posiblemente cuando crezca un poco más, si se raspa la rodilla en un parque, sus ojitos llorosos solo querrán encontrarse con los suyos, y un solo abrazo le sea suficiente para secarse las lágrimas y volver a jugar. Pero parece que ahora no. El bebé no para de llorar. Y no sabe que hacer.

Y aparecen sensaciones ambivalentes que tal vez no se atreve a expresar. Piensa que lo está haciendo mal, se siente impotente, le cuesta creer que a veces tenga sentimientos negativos hacia una personita tan importante en su vida. Siente inseguridad y cree que sus esfuerzos son inútiles, que ha fracasado y que el mundo lo va a notar. Desea esconderse del universo y no escuchar los miles de consejos del tipo: ¿por qué llora tanto?, ¿será que tiene hambre?, ¿estará enfermo?, ¿no duerme lo suficiente? Además hay presión, mucha presión.

Pero está allí para tranquilizar a su bebé; con atención, no obstante su ambivalencia. Se observa, y hace conscientes sus sentimientos y emociones. No entra en una guerra con lo que siente; llora si necesita llorar, se toma un tiempo a solas si lo requiere; si necesita ayuda la pide, sale a dar una vuelta con el bebé y se tranquiliza con el efecto que la ternura de su pequeño causa en cualquiera que lo mire.

O simplemente se sienta a contemplarlo, reflexiona que está delante de un ser humano y no enfoca su atención en lo que ha hecho mal o en los errores que pudo haber cometido para que su bebé esté así. Por el contrario, trata de conectarse con el pequeño y lo consuela de la forma que mejor puede, tratando de comprender que posiblemente haya mil razones para que llore, muy poco relacionadas con su habilidad como madre, como padre o como cuidador.

Y posiblemente ve que el bebé responde a sus maniobras para consolarlo. Confía en que desarrollará la habilidad para calmarlo.

A lo mejor, muy pronto sintonizará con el bebé.

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