Llorar no es solo de niños. James Rodríguez
James Rodríguez, el goleador colombiano mundialista del 2014, llora tras la derrota de 2 a 1 con Brasil en los cuartos de final. Todo un show mediático se despliega en torno a las lágrimas del jugador y se desparraman fotos, comentarios y hasta caricaturas burlescas por doquier. Oraciones como “no pudo controlar el dolor de la eliminación y se echó a llorar”, “no pudo ocultar la tristeza al finalizar el encuentro”, “lloró como el niño que hace tan poco tiempo dejó de ser”, son colocadas en los textos o al lado de las imágenes. Por el contrario, otras fuentes resaltan la noticia tal cual es: “El joven jugador lloró sentidamente por la eliminación, siendo consolado por los jugadores brasileños, que pidieron aplausos del público para el colombiano”. Y algunos seguidores del goleador reaccionan en las redes sociales: “No llores”, “tranquilízate, estamos orgullosos de ti”; no llores, Colombia hizo lo mejor.
Imagen de James Rodríguez, jugador de fútbol colombiano
Caricatura del jugador James Rodriguez llorando y chupando un dulce en forma de pelota de fútbol. Periódico El Globo de Brasil, del 5 de julio de 2014.
Como si sólo los niños (o preferiblemente las niñas) pudieran llorar, como si el dolor se tuviera que controlar (bueno, tal vez con medicamentos, ¿pero el dolor del corazón?¿Y qué hay de llorar por sentimientos positivos o alegrías? Desde niños a algunos hombres se les enseña que expresarse con lágrimas debe ser reprimido. Frases como “estás llorando como un niño (o una niña)”, “debes ser todo un varón y los varones no lloran”, o “los hombres que lloran son débiles”; son muestra de la relación que se hace entre las lágrimas y la feminidad, la debilidad o la inseguridad. Como si el rol del hombre se redujera únicamente al de ser el valiente, el fuerte y el protector y no tuviera derecho de experimentar emociones y pudiera sentir legítimamente poco temor de expresar humanamente sus sentimientos. Modelos de comportamiento patriarcales ajenos a la condición humana.
Del otro lado de la moneda, si en los medios se ve a algún hombre famoso llorando en público, parece ser que llama más la atención que si se tratara de una mujer. Son fotografiados constantemente presidentes, políticos, empresarios, actores y cantantes que expresan sus sentimientos ante una tragedia, una tristeza, o ante un triunfo propio o de su país como si se tratara en el mejor de los casos, de una gran hazaña de sensibilidad, cuando se trata se una simple expresión humana. O en el peor de los casos las imágenes vienen acompañadas de juicios como en el caso de nuestro amigo futbolista, como si las lágrimas fueran asunto infantil o algo de controlar o esconder, como lo dice la canción “Boys don’t cry” del famoso grupo “The cure”, que confirma con su letra estos prejuicios que algunos les enseñan a los hombres desde pequeños: “…ocultando las lágrimas de mis ojos porque los chicos no lloran, los chicos no lloran…”.
Pero si lloran, tal como lo dijo el goleador James Rodríguez refiriéndose a la salida de Colombia del mundial: “Estamos tristes pero tenemos que estar orgullosos; dejamos la piel, dejamos todo para poder seguir. Los hombres también lloran, y más cuando sientes esto como un hijo de madre".
Los seres humanos lloran, y llorar no está a la disposición exclusiva de ciertos sectores de la población. El género no importa ni es necesario para llorar. Los niños no son los únicos que lloran, las mujeres tampoco. Todos lloramos. Tampoco las mujeres que lloramos somos débiles, y las teatrales lágrimas de cocodrilo no tienen que ser de nuestro entero dominio, así ahora ya no las veamos tan frecuentes (o tan eficientes). Los dolores físicos nos duelen más o menos dependiendo de nuestro umbral, no de nuestro sexo. Y los dolores emocionales nos duelen más o menos dependiendo de como nos afecten, y ya veremos como los expresamos. También el llanto es testigo de la felicidad o de la tristeza sin escoger si se trata de niños, adultos, mujeres u hombres; sin importar razas, colores, religiones o países.
¡Oh! termino este escrito de una vez; escucho llorar a mi pequeño hijo que viene bajando las escaleras. ¡Se golpeó! Quisiera estar llorando yo en su lugar, pero no porque opine que los niños no deben llorar, sino simplemente porque se lastimó y me entristece verlo sufrir.
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