¿Los terribles dos años o una etapa normal?

Crisis de los dos años, crisis del crecimiento, crisis de la lactancia, crisis ante el nuevo bebé, y quien sabe cuantas crisis más. Momentos de la vida en los que pensamos que determinada situación se va a convertir en una revolución. Y le ponemos nombre, particularmente cuando de bebés se trata.

Alt="Los terribles dos años"

Si la palabra crisis significa una fase difícil y rotunda que pone en contingencia el resultado de algo, posiblemente el término sea desmesurado si se emplea para referirse a conductas propias de los bebés y los niños con una duración probablemente limitada en el tiempo y que se encuadran dentro de la normalidad, en especial si son llevadas a cabo por personajes pequeños que entran en la tan temida edad denominada "los terribles dos años".

Parece que la edad de dos años es directamente proporcional a los berrinches y pataletas, y al “todo no”. La niña o el niño se adentran en el recorrido de lograr su propia independencia separados de las personas de quien según ella o él dependían (sin darse cuenta que todavía dependen). La independencia se funda en que al dominar estos supuestos “tiranos” algunas palabritas, así como andar, correr, pedir y exigir, juegan al papel de ser personas autónomas que deciden cómo deberían ser las cosas.

A esa corta edad no se suele entender razones porque surgen las propias como signo natural y legítimo de aquella primitiva autonomía: querer hacer, decir, elegir; sin medir las consecuencias. Y es así como el escenario de los “terribles dos años" se repite día a día, hora a hora, con la típica escena del mercado, ¿la cito?

Si hacemos cavilaciones sobre el término “crisis”, muy probablemente seamos nosotros quienes entramos en este “gravísimo” estado. Porque para muchos adultos (no todos, menos mal), se trata de una etapa que requiere mano firme para semejantes desacatos cometidos por aquellos pequeños revolucionarios que a diario nos desafían.

Y es ahí cuando hay un choque de deseos. Y tal vez somos nosotros quienes no entramos en razón y a lo mejor estemos regresando a cuando teníamos dos años. Por lo tanto, como alternativa a la no explicada pero entendida escena del mercado, posiblemente sean más pacíficos los arreglos para que el pequeño en tamaño agitador permanezca en otro lugar mientras tanto.

Y si en vez de ponerle tantos rótulos a una etapa normal, y menos mal pasajera; si en vez de igualar la conducta de una niña o niño que necesita imponer su voluntad para verse como individuos separados, les transmitimos que ahí estaremos para ellos, que los acompañaremos y que los amaremos, muy seguramente los ayudaremos a recorrer ese camino hacia la independencia y se hará más tolerable la agitada y previsible etapa de los dos años.

Bien se dice que hay que evitar una pelea en vez de vencer en ella. Decir sí no significa perder si no se pone en riesgo a la persona que experimenta la supuesta terrible crisis (y no me refiero solo a los bebés).

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