Vamos a bailar el blues con un baby



Algunos creen que la apertura de espacios físicos y emocionales para la llegada del pequeño aterrizan en un campo de esplendor, gratitud y felicidad. Y sí, puede vivirse como lo más emocionante, grandioso y como la mejor experiencia de la vida, llena de alegrías. Y disfrutarse a plenitud. Pero puede abrumar por tratarse de un ajuste, por la energía y la disposición que requiere, así como por el hecho de estar siendo necesitados por alguien todo el tiempo y por otros motivos.


Por un lado nos dicen que el “Baby blues” alude a cierta sensación de tristeza que se desencadena poco tiempo luego del parto y que dura un período breve. Una situación pasajera afectada por las hormonas que van y vienen y que también pueden jugar su papel produciendo cambios abruptos.

Por el otro lado nos dicen que puede asomarse un fantasma asustador, el de la depresión posparto, que se manifiesta más intensamente pero que en ocasiones no es fácil de percibir. Con síntomas parecidos, que pueden aparecer de la nada, aunque aumentados y prolongados en el tiempo, sin un comienzo exacto y tal vez acompañados de reacciones físicas. Una enfermedad que hay que diagnosticar y tratar.

De tanto que se dice, y sin demeritar su verdad, que nadie me acuse de obviedad, también se habla de un limbo entre los dos lados. ¿Qué pasa cuando la supuesta maravillosa llegada de un bebé no solo genera aquella melancolía posparto pasajera, sino que llega al punto en que no se disfruta del todo?

¿Habrá puntos medios?; ¿cómo saber si es normal no experimentar alegría o el no poder o querer vincularse con el bebé de inmediato?; ¿de qué forma determinar si es natural asustarse al ver lo que está pasando con el cuerpo después del parto, o experimentar temor por que los demás se asusten si lo ven, por aquello de sentirse un monstruo lleno de orificios por donde salen diferentes líquidos que algunos perciben como algo que espanta todo el supuesto cuento de la belleza del cuerpo que da vida?


¿Cómo saber si está dentro de la cordura el vivir una constante desolación por el cansancio, por el dolor, por tener al mismo tiempo que adaptarse a las necesidades de un ser que depende para su supervivencia de los brazos y del alimento; de la presencia y de la permanencia, o de mil razones más?

¿Y si yo te digo que es normal? que hay días lindos, aquellos de recordar, en que esto no es tan negro como lo pintan, pero que también hay momentos de tinieblas en los que cuestionas tu habilidad de cuidar; ocasiones que te aplastan...

Momentos plañideros, sea por falta de sueño, por falta de tiempo para ti; por escasez de dinero, de ayuda para tener todo en orden o que haya comida al alcance. Porque tal vez hay otros niños que atender, que alimentar o porque tú no te tomaste ni un vaso de agua.

Instantes de llorar, como cuando te encuentras con que pedir ayuda se convierte en el camino para que te juzguen. O por mil razones por las que se llora, como cuando sientes que tienes que mostrar en redes la carita feliz que no tienes, con tu bebé también feliz y bien puesto; aquella imagen impecable que ponen los medios cuando quieren venderte algo.

Yo te digo que todo esto es normal, porque tal vez no sabes qué más quieren de ti, qué más es lo que no tienes que enfrentar, como si no fuera suficiente lo que ya tienes. Lo es, así sientas cosas que no te parezcan usuales, como no sentir vergüenza por haber gritado, por decir cosas de las que a lo mejor te arrepientas. Pero después, no ahora. Por tener emociones fuera del rango, según las variables de lo que se suele atribuir a una función cuidadora, de fortaleza, de estar siempre en los brazos de la dicha. Parámetros impuestos por quién sabe quienes.

Como por necesitar un segundo para ti y no tenerlo, así sea para ir al baño a hacer pipí o para esconderte a llorar porque no quieres que nadie se dé cuenta, tal vez para evitar que sientan lástima de ti. Como si te las supieras todas y como si no hubiera lugar a errores. 

Al final a lo mejor pudiste tener más razones por las que llorar y tampoco importan los porqués.

Lo bueno es que siempre puedes darle la vuelta a lo que te pase. Como lo quieras llamar o como también al “baby blues” y a la “depresión posparto”, de la que ojalá te des cuenta si sucede o alguien se de cuenta por ti. Porque se puede tratar.

Puedes voltear la moneda. Porque la misma naturaleza te ayuda también. Tal vez hayas escuchado sobre la “hormona del amor”, la oxitocina, que puede asomarse, a veces tímidamente, pero asentándose con toda su presencia cuando dejas (o te dejan) que invada. Llega a facilitar el vínculo y a lograr que el bebé comience a ser el sujeto de tu amor.

Suele aparecer con el contacto inmediato piel a piel luego del parto, pero también después y por largo tiempo. Porque los bebés no se acostumbran a los brazos, los necesitan... (y nosotros también). Se asoma cuando te dan un abrazo. Cuando das el pecho, si lo das, porque ayuda a que el alimento fluya y al fluir, a lo mejor empieza a haber respuestas mágicas en el vínculo. Y si das el pecho, tal vez quieras intentar hacerlo acostándote mientras tu bebé se alimenta para descansar un poco más. Brota cuando miras una foto de tu bebé cuando estás en el trabajo o lejos; cuando escuchas a otro niño llorar.

Hay formas de darle la vuelta. Porque si te cuesta vincularte y te permites intentarlo, hay recursos, como usar un portabebés sentirse en un espacio natural que además permite las manos libres. Para hacer un contacto indirecto si todavía no logras el contacto; que tal vez se convierta pronto en directo.

Porque tal vez haciendo consciente lo que vives, te puedas ayudar a responder los porqués. ¿Tal vez sientes demasiada responsabilidad con el trabajo en casa?, ¿sientes que algo te arranca a tu bebé cuando sales a ganar el sustento? ¿vives la soledad y necesitas compañía?, ¿agotamiento?, ¿presión por parte de otras personas que desean influir en tus decisiones con respecto a tu bebé?

Porque en la tierra no estamos solos (y no me refiero a los fantasmas), así quieras conducirte en soledad. La ayuda de los demás puede ser muy bienvenida durante los momentos de fragilidad. Así sea para apoyo moral o para quehaceres domésticos. Unos brazos extras para tomarte un respiro, para acostarte a dormir. Hay gente a la que puedes acudir así te parezca difícil, así pienses que te puedan estigmatizar o incluso no reconocer tus habilidades cuidadoras. Siempre hay ayuda de otras personas que están viviendo lo mismo y que se encierren a llorar igual que tú. Y son muchas. Haces parte del grupo de los que también experimentan estas vivencias y que no se sienten plenas y absolutamente felices en su nuevo rol, que viven también esa desolación.

Puedes dar un giro porque hay formas de encontrar apoyo profesional, con más razón si sientes que se van bordeando los límites de tu salud mental y ves que esas sensaciones se acentúan o duran mucho. O si alguien las ve por ti. Porque tal vez esos sentimientos se han arraigado tanto que ya creas que hacen parte de ti; que son normales. Y probablemente consideres que es así esto de cuidar a un bebé y todavía no llegues a un punto de quiebre por abatimiento, ineptitud, desasosiego. Incluso puede que veas común sentir dolores de cabeza, vomitar, tener el cuerpo inflamado y hasta cambios en tu peso. Que ni consideres asearte, peinarte, comer o cambiarte la ropa de dormir, si es que duermes, o que ni hayas notado que no lo haces. Posiblemente ni hayas caído en cuenta o te parezca normal tu ambivalencia de pasar de la alegría a la tristeza; de estar observando todo el tiempo al bebé por si le pasa algo sin tu ojo avisor al paso que bruscamente te invade la sensación de ser absolutamente incapaz de cuidarlo. O incluso te imagines haciéndole daño.

Sí. Hay formas de dar la vuelta. Siempre está la oportunidad de revisar los momentos en que te has sentido bien y poner en práctica justamente aquellas actividades. Como salir a caminar para respirar otros aires; como elegir entre una ducha caliente o una comida caliente. Como dormir cuando duerme el bebé, así la frase te parezca cliché, porque el cansancio puede ser extremo y porque así no puedas dormir, igual puedes cerrar los ojos.

Puedes hacer cambios, así sientas que no vales, que fracasaste en tu función cuidadora, y además tengas temor de que alguien venga a señalártelo.

Pero acuérdate de mí; sea que busques razones o no las encuentres, siempre puedes darle la vuelta. Y ayudarte.

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