Quiero un bebé



“Tuve a mi primera hija después de estar un año intentando. Llegó de forma natural. Con ella descubrí lo maravilloso de la maternidad. Convertirme en madre fue la mejor experiencia que haya tenido jamás. Gocé mucho mi embarazo. Miraba mi barriga crecer, imaginaba su carita, sus manitos y toda la ropa que le iba a poner. Decoramos su habitación con una cenefa de muñecos de madera que se tomaban las manos. Mi hija era una alegría. Estábamos tan deleitados con eso de ser padres y disfrutamos tanto de ella y ella de nosotros, que queríamos ampliar nuestra familia e intentamos un nuevo embarazo. Pero algo pasó y no ocurría espontáneamente. Yo hacía de todo. No quería ningún tratamiento y me puse a averiguar sobre la ovulación y hasta seguí algunos trucos mágicos que me pudieran ayudar a concebir. Como poner piñas secas de pino por toda mi casa para atraer a la fertilidad. Luego que pusiera al sol por unos días cáscaras de treinta huevos, las pulverizara para revolverlas con una bebida de chocolate caliente con canela y queso derretido mientras me hacía un baño de asiento con manzanilla y otra planta de la fertilidad en infusión, no recuerdo cuál. Yo me veía envuelta completamente en una toalla de la cintura para abajo, lista para tomarme ese revuelto y salir disparada directo a la cama para no perder calor. Estaba sentada encima de una olla cuidándome de no quemarme ni con el cuenco hirviendo ni con los vapores que entrarían directo a mi sistema. Estaba roja y sudando a mares, con unos calores que hasta podrían confundirse con aquellos del acto de la concepción. ¡Ay de mí si alguien me encontrara comiendo cáscara de huevo triturada! Menos mal esto se hacía el último día del período porque me dio un sueño…






Seguiríamos intentándolo, porque no pasó nada con el tema de las piñas, los huevos y los vapores. Decidimos pedir ayuda profesional. Me ayudaron con unas pastillitas para regular la producción de insulina de mis ovarios poliquísticos. Monitoreaban mi ovulación durante algunos días a través de ecografías y reventaban el óvulo en el momento preciso con una inyección de alguna sustancia. Esos días eran los del romance. Además me ponía yo misma pequeñas inyecciones justo arriba del ombligo. Fue una cuestión de meses antes de proseguir con una inseminación y luego con una fertilización. No cuento lo que tuvo que hacer mi esposo para que le analizaran el recuento de los espermatozoides. Solo digo que había un par de buenas revistas en la salita de recolección para motivarlo. 

Y sucedió. Estábamos muy agradecidos porque no tuvimos que pasar por más procesos. Sabíamos que el éxito no queda garantizado con los intentos, además de que es costoso. No me imagino por lo que tienen que pasar otras personas que no se les da tan fácil. Tampoco la frustración de quienes no cuentan con los recursos para pagar esos tratamientos. 

El tercer bebé llegó espontáneamente y rapidísimo. Incluso antes de haberlo pensado. Porque ante tanto trámite no quisimos darle largas. El resultado fue que los últimos se llevan menos de año y medio”. Jessica. 

Puede que estés con la idea de un bebé, abriendo espacios emocionales. Lo más probable es que ya sepas cómo no tener uno. Y, salvo que te hayas formado en el tema o hayas investigado, tal vez no sepas mucho de fertilidad, de los chances de quedar esperando a la primera vuelta o de si las oportunidades para embarazarse a los veintes sean las mismas que a los treintas o después. En particular cuando hayas querido aprovechar la oportunidad de vivir, explorar el mundo o disfrutar de tu carrera antes de abrir dichos espacios. 

Los tiempos cambian. Si; en el mundo hay embarazos de gente joven, incluso de adolescentes que no tienen suficiente educación sexual ni ayuda para cuidarse de embarazos. Sin embargo, cuando existe la posibilidad de decidir, de planear, o mejor, de “planificar”, nos damos cuenta que posiblemente es diferente a cuando nuestras padres y abuelos concebían. Lo hacían cerca de los veinte y algunos tenían grandes familias. Ahora suele ser después de los treinta y en lugares en los que el estrés de la vida moderna, algunas costumbres alimenticias, el trabajo y las obligaciones mandan la parada. 

Los problemas para lograr un embarazo están mostrando por ejemplo que hay gente que no tiene calidad de vida y que la fertilidad viene siendo un lujo que no está acompañando de las condiciones biológicas que se necesitan para procrear. 

Por otro lado, cada vez queremos dibujar la vida como si se tratara de un mapa de ruta. Y seguirlo al pie de la letra. Entonces, a la hora de querer tener hijos, si no quedas al primer intento, al segundo, ni al tercero, tal vez te empieces a preguntar si algo raro está pasando. A lo mejor ni sabías que a la naturaleza no le gusta la premura y a veces se toma su tiempo; que en ocasiones la calidad de los óvulos y de los espermatozoides puede decaer o haber un bajo recuento espermático. Posiblemente no tenías idea que habría algún problema por ahí que impedía una rápida concepción. O tal vez el estrés, alguna condición física, enfermedades, tóxicos, químicos, mala alimentación o todo lo demás que se atribuye a no poder quedar…

Y sigues intentando. Pero te encuentras mensualmente con la noticia de que no hay bebé. Empiezas a hacerte preguntas; y a hacerlas. 

Posiblemente surja un embarazo espontáneo y natural o con algunos truquitos como por ejemplo detectar los momentos fértiles e irte a la acción. O tal vez quieras aprovechar que vives en una era en la que la ciencia y la tecnología van a la vanguardia en temas de fertilidad si ves que empieza a ser complicado. Y recurres a manos profesionales. Desde termómetros, revisión del moco cervical, maneras de regular la ovulación, máquinas para seguirla que te lo dicen con una gota de orina hasta el equipo más perfecto de ecografías. Remedios, inyecciones, estimulaciones hormonales. Reproducción asistida con los mismos recursos corporales o a través de donaciones de óvulos o de esperma. Hasta la congelación de óvulos propios, por si quieres iniciar tu proceso unos años más tarde, además de la posibilidad de adoptar. Incluso cuentas con herramientas para poder hacer todo individualmente si no tienes pareja. También los saberes ancestrales tienen sus fórmulas. Claro que si haces lo de Jessica, te digo por las dudas que tengas cuidado de no quemarte. 

Todo se convierte en una esperanza que abre la ventanita para que llegue un bebé. 

Esperanza, porque no se sabe si todo lo que se hace terminará en un nacimiento.

Pero en algún momento, Tal vez después de un tiempo de haber abierto aquel espacio emocional. A lo mejor diferente a lo que se podría llamar una noche de amor. Sino pregúntale a los que corretean a sus parejas por toda la casa con el medidor de ovulación en mano (en vez de la pistola en mano). O a quienes se acuestan, pero en una camilla donde solo hay tubos de ensayo. Para lograr un embarazo. Para llevarlo a feliz término. 

Las reacciones frente a un deseo truncado pueden ser variables. Cuando experimentas una desilusión por la mancha de sangre que no perdona ciclo, lo primero que te dicen es que dejes de pensar en eso. Unas vacaciones, un proyecto, un distraimiento magno que te saque esos pensamientos de la cabeza. No sé si esté comprobado que funcione, ni si los pensamientos se puedan clasificar como para excluirlos de la cabeza. Tal vez sí; he visto por ejemplo que hay personas a punto de recurrir al proceso de inseminación o de fertilización In Vitro y les piden antes una prueba de embarazo ¡y “voila”! Pero si no, ¿cómo pretende alguien sacarse de la cabeza algo que realmente desea con todo su corazón y que es válido que permanezca como un disco rayado dando vueltas y vueltas? 

Además pareciera como si fuera un tema tabú. A veces hay un hermetismo tan grande, que casi que hay que ir con pañoleta y anteojos de sol a visitar al profesional experto en fertilidad. Cuando las salas están llenas y son temas comunes; recibir asistencia para quedar en embarazo, tener pérdidas o intentos fallidos no es extraño. Sucede. Y es allí cuando yo me pregunto si compartir historias podría ayudar a resolver, a desahogar…

Porque no hay nada de lo que avergonzarse. Y porque entre más entendamos de los procesos para concebir un hijo (no me refiero al ejercicio porque ese nos lo sabemos muy bien), será más viable tomar decisiones con apoyo, con información y con el ánimo de materializar un deseo tan profundo, al que le abrimos lugar en nuestras mentes y almas.

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